Adoptamos a Ru a principios de diciembre de 2013. Cuandó llegó, era una gatita negra muy tímida y asustadiza, pero que que poco a poco ha sabido conquistar nuestro corazón.
Este fue el mejor regalo anticipado de Navidades que pudimos tener.

La historia de Ru comenzó siendo muy triste (como la de muchos gatos abandonados). Antes de ser destetados, apartaron a Ru y a sus hermanos de su mamá. Con apenas unos días de edad, los gatitos fueron abandonados en una caja de cartón detrás de la rueda de un coche aparcado en la calle. Pero estos gatitos corrieron mucha más suerte que muchos otros gatos callejeros: el coche en el que aparecieron era de alguien que conocía muy bien a una voluntaria de una colonia.
Los gatitos fueron alimentados y criados por esta voluntaria hasta que pudieron valerse por sí mismos. En ese momento pudieron pasar a formar parte de la colonia controlada de gatos. Por suerte todos los jóvenes gatitos empezaron a ser adoptados, eran todos de un precioso pelaje gris atigrado. Todos excepto uno que era de color negro. ¿Adivináis cuál de los hermanos quedó sin familia? No es nada fuera de lo común que ocurra esto con los gatos negros, las supersticiones todavía hacen mella en los gatos de este color.
Llegó el invierno y, a sus tres meses de edad, Ru no fue capaz de soportar el frío y la lluvia. Se constipó, le adelgazó la cara, los parásitos se cebaron con ella… La voluntaria tuvo que llevar de nuevo a la gatita a su casa para tratarle la enfermedad.
Justo esa semana murió Elrond (nuestro anterior gato) y fue como si nos estuviese mandando una señal: “Hay muchos otros gatitos que lo están pasando mal, debéis darle la oportunidad a otro gato para que ocupe el lugar que yo tenía en casa”. Nos pusimos en contacto con Teresa (que así es como se llamaba la voluntaria) y ella nos habló de Estrellita, una gata negra enfermita que necesitaba hogar con urgencia. Fuimos a conocer a Estrella, llamada así porque era toda negra menos una estrellita blanca a modo de corbata. Desde el primer encuentro ya comprobamos que se trataba de una gatita muy cariñosa. Estaba llena de mocos y hacía un ruido al respirar que recordaba a un sumidero que traga mal (parecía Darth Vader en miniatura versión minina). Pero nos conquistó irremediablemente cuando aquella cosita que pesaba tan poco se acomodó sobre las piernas de mi marido y acto seguido empezó a alternar su sonora respiración con un torpe ronroneo.
¿Cómo era posible que aquella gatita que acababa de conocernos ya ronronease ante nuestra resencia? Así, con ese ronroneo, no hubo más que decir: nos la llevamos a casa para cuidar de ella y a partir de ese momento su nombre haría honor a ese sonido suyo que nos conquistó inexorablemente: Ru.

Al llegar a casa, Ru tomó sus precauciones: todo era nuevo y todo le asustaba. Siempre andábamos buscándola porque con su pelaje oscuro se camuflaba a la perfección entre las sombras.
Lo pasó mal durante esos primeros meses de pastillas y jarabes para ser curada de coccidios, Dipylidium y otros bichitos varios. Cuando empezó a mejorar, tuvo su primer celo y vagaba desesperada por casa en busca de un “novio guapo”. Agonizaba de amor por los pasillos. Pero no pudimos operarla hasta junio. Fue entonces cuando consideramos que los parásitos le habían dado la tregua suficiente como para dedicar sus defensas a recuperarse de una intervención OHT (ovariohisterectomía).

Pero Ru se recuperó a pasos agigantados de su operación. Así, dejó atrás su obsesión por “encontrar al amor de su vida” y comenzó a disfrutar mucho más de todo.
(Respecto a lo de dormir a pierna suelta, véase vídeo al final del post, en el apartado de comentarios)
Ru ya lleva casi dos años en casa y hoy podemos decir que se ha recuperado de todos sus miedos y traumas. Ya no camina desconfiada por el pasillo, ni vive atemorizada por las tomas de los medicamentos. Ru sale cada día a recibirnos cuando llegamos del trabajo, se tumba panza arriba para que le hagamos arrumacos, nos busca para acurrucarse durante sus siestas e incluso ha dejado atrás su horario nocturno para adaptarse a nuestras horas de sueño compartidas en la cama. Su historia es una apología a la superación.
Es una gata muy parlanchina y ya sabe camelarnos con algunos trucos para conseguir una golosina de premio. Es la viva imagen de que cuando das amor, ese amor se te compensará con creces con más amor.

Ahora ya conocéis a un miembro más de nuestro loco hogar. Os seguiremos manteniendo informados de todos los habitantes (nuevos o habituales) de la casa. Y seguro que algún que otro espontáneo se cuela en las fotos.
Un mimito suave y ronroneante para tod@s. Nos vemos en el próximo post.
1 Comment
Lo prometido es deuda: aquí os dejo un vídeo de Ru durmiendo a pierna suelta sin que nada la despierte.